Ir al contenido principal

Llamados a servir - no a ser servidos


 "Porque ni aun el Hijo del hombre vino a que le sirvieran, sino a servir a los demás y a dar su vida en rescate por muchos" (Marcos 10:45 PDT). Este versículo, nos deja muy en claro, a qué vino Jesús a esta tierra.

No se trata simplemente decir que somos cristianas o ir a la iglesia. Debemos examinar nuestras vidas, para ver si estamos siguiendo el ejemplo de Jesús. Si estamos dispuestas a servir a Dios, dejando nuestros deseos y planes, para agradar a nuestro Padre celestial.

El pueblo de Dios estuvo, alrededor de cuatrocientos años, sirviendo como esclavos en Egipto. Y cuando Dios los libró para que lo sirvieran en el desierto, ellos no supieron valorar esa libertad y en su corazón solo querían volver a Egipto. Tristemente, eso sigue sucediendo. Dios trae libertad y en lugar de servirle, se busca satisfacer la propia voluntad en vez de agradecer a quien extendió su misericordia y amor. Fuimos rescatadas de la condenación eterna. Ahora le pertenecemos a Jesús. Nos compró con su preciosa sangre, para que vivamos por Él y para Él.

El servicio es adoración

Moisés le dijo al faraón: "Deja ir a mi pueblo para que me sirva en el desierto" (Éxodo 7:16). "Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto" (Éxodo 6:1). Y así fue, por más resistencia que hubo, fueron libertados por la mano poderosa de Dios.

Eso sucedió en la cruz. Recibimos libertad. Estábamos en esclavitud del pecado y del príncipe de este mundo. Ahora somos libres, porque Jesús cargó nuestra culpa. Nuestro corazón está de fiesta. Hay gozo perpetuo porque derrotó al pecado y la muerte; ¡y resucitó! Esas cadenas que nos ataban fueron deshechas, porque venció. ¿Cómo no rendirnos a nuestro amado Salvador? Voluntariamente le serviremos, alegremente le adoraremos, en respuesta a su gran amor.

Cumpliendo el llamado

Juan el Bautista fue el precursor de Cristo y cumplió muy fielmente con su llamado, a servir a Dios, en su ministerio. "Voz que clama en el desierto: preparad el camino del Señor; Enderezad sus sendas" (Lucas 3:4). Él reverenció al ungido de Dios, exaltó al Rey de Israel y su objetivo no era que lo siguieran a él, sino a Jesús. Decía: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3:11). Eso lo tenía muy claro. Juan nunca quiso exaltarse a sí mismo, él sabía que cuando Jesús apareciera, su servicio terminaría. Sin embargo, su deleite era declarar: "Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe" (Juan 3:30). También dijo: "Este es el que viene después de mí, el que está antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado" (Juan 1:27). Debemos imitar esa actitud de humildad.

Juan no fue un hombre cualquiera, él fue alguien muy especial. Tenía un llamamiento específico. El mismo Jesús dijo de él: “Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista” (Lucas 7:28a). ¡Qué honra! Jesús, quien conoce todas las cosas, hizo esa declaración.

Juan bautizaba con agua y predicaba del arrepentimiento

"En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mateo 3:1-2). Juan podría haber mostrado cierto orgullo por su llamado o de su propia persona. Él era un profeta y más que un profeta, su mensaje era con tanta elocuencia y fervor que de muchos lugares cercanos al Jordán, venían para escuchar sus enseñanzas. “Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados” (Mateo 3:5-6).

Lo cierto es que Juan Bautista, tenía motivos de sobra de qué gloriarse, con respecto a su llamado para servir al Señor, pero él ni siquiera se sentía digno de desatarle las correas de sus sandalias. Ese trabajo de poner y quitar los calzados era una tarea que la realizaban los criados del rango más bajo y no era un deber que conllevara reputación u honor. Con todo, Juan el Bautista, sentía como una honra poder desatar la correa de su calzado, nada más ni nada menos que al Rey de gloria: Jesús. Juan sabía que el Hijo de Dios, era tan infinitamente superior a él mismo, que sería honrado aún con lo que para otros fuera algo despreciable. Él tenía bien en claro que el único digno de toda gloria era Jesús. Esta actitud, debe ser grandemente imitada por todo siervo y sierva de Dios.

Llamadas a servirle

Dios no solo nos salvó, sino también nos llamó a servirle. Él reparte dones y nos capacita y quiere que demos fruto. Hay personas que cuando son convocadas a un ministerio, dicen según su criterio vanaglorioso, que no sería el lugar donde “quisieran" o “merecen” estar. Lejos de la actitud de Juan el Bautista, buscan los lugares más visibles y más “honrosos” al criterio humano; buscando el reconocimiento y aplausos.

Servir al Señor es agradarlo a Él y no buscar la aprobación de los demás. El apóstol Pablo decía: "Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo" (Gálatas 1:10).

Nuestro mayor ejemplo, Jesús, no buscaba la honra de los hombres. Solo quería agradar al Padre; decía: "Gloria de los hombres no recibo" (Juan 5:41). La aprobación de los hombres, no significaba nada para Él. Debemos siempre decir: “A donde quiera que el Señor quiera que lo sirva, ¡yo quiero! ¡Es un honor! ¡Heme aquí, Señor!”.

Debemos servirle con todo nuestro corazón: voluntariamente, con gozo, con alegría. Servir a Dios debe ser un deseo y un honor para nosotras. No somos dignas de la salvación, no somos dignas de servir al Señor. Pero en su gran amor, con que nos amó, nos salvó y llamó para ser instrumentos de su gloria. Todo esfuerzo por el Señor, lo vale. "Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano" (1 Corintios 15:58).

Por más que pocos o nadie se dé cuenta de tu amor y esfuerzo al servir al Señor con esmero y dedicación, sigue sirviendo a quien es digno, porque Él sí lo ve y de Él viene la recompensa. En 1 Corintios 12, el apóstol Pablo habla sobre el cuerpo de Cristo y sus miembros y menciona que algunos son menos visibles, pero son tan importantes como cualquier otra parte del cuerpo: “Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios” (versículo 22). Cada rincón en el servicio a Cristo es importante, para llevar adelante su maravilloso plan.

Nadie sobresale, que nadie se crea más importante: "Por el favor que Dios me ha mostrado, les pido que ninguno se crea mejor que los demás. Más bien, usen su buen juicio para formarse una opinión de sí mismos conforme a la porción de fe que Dios le ha dado a cada uno" (Romanos 12:3 PDT). Cada uno tiene diferentes dones, situaciones, talentos, capacidades, habilidades, dadas por el Señor. Debemos disponerlos a que sean usados para la gloria de Dios, en forma: humilde, diligente, alegre y con sencillez. Sin buscar el propio mérito o provecho, sino para glorificar a Dios.

Hay un pasaje Bíblico, donde los discípulos del Señor discutían quién sería el mayor. «Jesús les dijo: "En este mundo, los reyes y los grandes hombres tratan a su pueblo con prepotencia; sin embargo, son llamados “amigos del pueblo”. Pero entre ustedes será diferente. El más importante de ustedes deberá tomar el puesto más bajo, y el líder debe ser como un sirviente» (Lucas 22:25-26 NTV). Lo importante, es la actitud del corazón. El enfoque, no es el lugar que ocupamos en sí, sino la actitud de humildad en lo que hacemos. No importa el cargo, importa el corazón. En el lugar que ocupas, ¿cómo es tu servicio, tu disposición, tu diligencia?

Juan el Bautista, no llegó a ver a ese Jesús, el cual él no se sentía digno de llevar su calzado; ese Jesús que cuando lo bautizó, se oyó una voz en el cielo que decía: “Este es mi hijo amado…”. A quien al verlo exclamó: “… He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. No llegó a ver al Mesías, colgado en una cruz. No llegó a ver el cumplimiento de lo que había anunciado. Fue un verdadero siervo de Dios que siguió su ejemplo hasta el fin. Jesús dijo: "Porque ni aun el Hijo del hombre vino a que le sirvieran, sino a servir a los demás y a dar su vida en rescate por muchos" (Marcos 10:45 PDT). Y se cumplió al pie de la letra.

Debemos tener el mismo sentir

No hay lugar para la jactancia. El apóstol Pablo escribía, inspirado por el Señor, animando a tener el mismo sentir que hubo en Cristo: "Piensen y actúen como Jesucristo. Esa es la «misma manera de pensar» que les estoy pidiendo que tengan. Él era como Dios en todo sentido, pero no se aprovechó de ser igual a Dios. Al contrario, él se quitó ese honor, aceptó hacerse un siervo y nacer como un ser humano. Al vivir como hombre, se humilló a sí mismo y fue obediente hasta el extremo de morir en la cruz" (Filipenses 2:5-8 PDT).

¡Oh, qué maravilloso ejemplo de grandeza! Dios en una cruz. El Creador y dueño del universo, no vino a ser servido, sino a servir. Todo el brillo de este mundo, toda la vanagloria de esta vida se desvanece ante la majestad de nuestro Rey; quien también fue exaltado hasta lo sumo y su Nombre es sobre todo nombre.

Comentarios