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Buenas o malas decisiones



Cada día de nuestras vidas desde que nos levantamos hasta que nos volvemos a dormir por la noche, estamos tomando decisiones. Cada una de nosotras fuimos creadas para relacionarnos con otros, desde que nacemos hasta que nos muramos va a ser así. Nacemos en una familia, vamos creciendo, estudiamos, trabajamos, socializamos. Por lo tanto, cada decisión que hagamos sea buena o sea mala, afectará nuestra vida, nuestro futuro venidero y de los que están alrededor.

La base de nuestra decisión

Todo lo que decidimos, todo lo hagamos en la vida es producto de lo que hay en nuestra mente: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45). Tal cual sea nuestro pensamiento, así actuaremos.

También la Palabra nos dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1: 13-14).

La Palabra de Dios está llena de historias de hombres y mujeres que en algún momento tomaron sus buenas o malas decisiones, que impactaron en sus propias vidas y también en la de otros.

Consecuencias de las malas decisiones

“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y le puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer. Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2: 15-17). Sabemos que Dios no dejó sólo a Adán, sino que le dio a Eva como esposa. Ambos desobedecieron a Dios y pecaron. Esto afectó terriblemente a la humanidad. La más grave consecuencia del pecado es la muerte eterna, es la separación eterna de Dios, lejos de Su presencia y de Su gloria para siempre: “los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder" (2 Tesalonicenses 1:9).

El Rey David fue un hombre conforme al corazón de Dios, aun así, pecó. Un día tomó la mala decisión de no ir a pelear con sus soldados, y estuvo en un lugar que no tenía que estar: “Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén” (2 Samuel 11:1). Al seguir leyendo la historia, vemos cómo una mala decisión lleva a otra mala decisión. David padeció las duras consecuencias de haber procedido desagradando a Dios. Su pecado le trajo mucho dolor y sufrimiento hasta su vejez. La espada jamás se apartó de su casa.

Otro ejemplo de tomar malas decisiones, lo encontramos en el libro de los Hechos: “Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?” (Hechos 5:1-3). Ananías y Safira tenían una falsa apariencia de generosidad. Pero sabemos que nadie puede engañar a Dios, no hay nada que le podamos ocultar. Y el Espíritu Santo le reveló a Pedro la mentira que ellos guardaron en su corazón. Ellos se habían puesto de acuerdo para mentir a Dios y a sus siervos. Sufrieron la terrible consecuencia de caer muertos, al instante.

Los resultados de decidir hacer la voluntad de Dios

Cuando los hijos de Israel se trasladaron a la Tierra Prometida, estaban preparándose para establecer sus hogares permanentes en lugar de vivir en tiendas de campaña. Su líder, Josué, lanzó un reto fuerte para las familias de Israel. ¿A qué Dios o dioses van a servir? ¿Servirán a los dioses de Egipto, donde fueron esclavizados? ¿Servirán a los dioses adorados por los diversos pueblos que han encontrado en su Tierra Prometida? ¿O servirán al Dios que los sacó de la esclavitud en Egipto, los guió a través de los años de vagar en el desierto y los trajo a esta Tierra Prometida? Tenían que tomar una decisión. Y Josué agregó: “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 14:15). El pueblo de Dios sirvió a Dios hasta la muerte de Josué. Y fue una época de paz para ellos.

La vida de José hijo de Jacob de las doce tribus de Israel. Dios iba a usar la vida de José para un propósito. Pero hasta que llegó ese día, su fe e integridad fueron probadas. Por envidia sus hermanos lo quisieron matar, lo terminaron vendiendo como esclavo y fue llevado a tierra extraña, donde se hablaba un idioma que no conocía. Allí fue seducido por la esposa de su amo y aunque rehusó ceder por honrar a su Dios y respeto a su amo, igual lo encarcelaron. Trece años sirvió como esclavo, pero Dios estaba con él. A pesar de los pesares que había pasado, su corazón se mantenía intacto. Su espíritu era recto delante de Dios. El amor de Dios que habitaba en el corazón de José, se reflejaba en el conocimiento que tenía de Él a través de su fe. José siempre creyó en Dios, su fe se fortaleció a través de los tiempos. El amor de Dios fue su deleite cada día y lo sostuvo hasta el momento en que Dios cumplió su propósito en él. Y dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú. Dijo además Faraón a José: He aquí yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto” (Génesis 41: 38-41).

La palabra de Dios es nuestro manual de vida. En ella encontramos todo lo que necesitamos para vivir conforme a su voluntad. Nos alumbra para no tropezar y caer, nos guía por el camino correcto y nos da la sabiduría para tomar las decisiones acertadas: “El que se deja controlar por su mentalidad humana tendrá muerte, pero el que deja que el Espíritu controle su mente tendrá vida y paz” (Romanos 8:6 PDT).

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