
Leemos en Éxodo 3:7-10 PDT “Pero el SEÑOR dijo: —He visto lo mucho que ha sufrido mi pueblo en Egipto de mano de sus opresores y he escuchado sus lamentos. Estoy consciente de su dolor. Ahora voy a bajar a salvar a mi pueblo de los egipcios. Los voy a sacar de allá y los voy a llevar a una tierra buena y espaciosa que rebosa de leche y de miel. Es la tierra de los cananeos, heteos, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. He escuchado los lamentos de los israelitas y también he visto la crueldad con la que los egipcios los tienen sometidos. Así que tú irás allá porque te voy a enviar ante el faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, el pueblo de Israel”. Dios usó la vida de Moisés para librar a su pueblo de la esclavitud y del yugo de los egipcios con el que estuvieron sometidos por más de 400 años. Los sacó con mano poderosa, con señales y prodigios. Dios los llevó al desierto para que lo adoren pero al poco tiempo de su peregrinar empezaron a quejarse de Moisés, sin embargo realmente era contra Dios su queja. Su corazón estaba dividido, una parte estaba allí y la otra quería volver a Egipto. Se quejaron de hambre y de sed, tenían tal descontento que hasta hicieron pecar a Moisés, un hombre con una gran mansedumbre y obediencia a Dios, como lo eran pocos.
Podríamos contar con las manos a aquellos que reconocieron a Dios y fueron agradecidos. Hay quienes se quejan de que «todo tiempo pasado fue mejor». Pero esas quejas no demuestran mucha sabiduría, como encontramos en Eclesiastés 7:10.
Lamentablemente y aunque nos cueste admitirlo, muchas veces no somos tan diferentes al pueblo antiguo. Deberíamos revisar el historial de nuestras vidas como cristianos y ver si hay realmente gratitud en nuestros corazones hacia nuestro Salvador. Con solo pensar que fue clavado en una cruz por amor a mí, por vos, eso sería suficiente para darle gracias de aquí hasta la eternidad. “Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales” (Filipenses 2:6-8).
Al principio vimos el ejemplo del pueblo antiguo, pero, si vamos al Nuevo Testamento tenemos el caso de los diez leprosos. “Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y este era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 17:11-19).
Tener lepra en esos días del primer siglo no sólo era impactante, destructiva e incurable, era también temible por sus efectos sociales. El leproso debía ser aislado de su familia y del resto de la sociedad, aunque frecuentemente en compañía de otros leprosos. Tan rigurosa era la prohibición de contacto físico para evitar el contagio que, cuando alguien se acercaba al desdichado, éste había de avisar gritando: ¡Inmundo! para que nadie se le acercara. Padecer tan horrorosa enfermedad era prácticamente vivir una prolongada experiencia de muerte, de la que sólo la muerte misma podía librar. Ningún médico humano tenía capacidad para poner fin a tan horrible azote. Pero un día, diez de tales leprosos tuvieron un encuentro con Jesús y clamaron pidiendo misericordia y Él los sanó.
El tema es que somos olvidadizos e ingratos. De estos leprosos sólo uno tuvo gratitud por quién lo sanó y lo salvó. Debemos preguntarnos en forma personal: ¿soy agradecida con Dios? La gratitud hacia el Señor debe ser en toda situación, no solo cuando nos va bien. Debe ser una actitud permanente por todo lo que Él es. Cada día vemos su fidelidad. Nos colma con sus bendiciones, nos muestra su bondad y misericordia. Parece que damos por sentado que Dios tiene que cumplir todos nuestros proyectos y deseos. Pero no es así, Él no nos debe nada, no tiene la obligación de hacerlo y debemos nosotras desear hacer su voluntad.
Lo mismo que la lepra, el pecado produce un terrible sufrimiento. Deja secuelas sumamente dolorosas. Pero para todos aquellos que creímos en Jesús y su obra en la cruz, y que al tercer día resucitó, Él con su preciosa sangre limpió nuestros pecados, nos reconcilió con Dios y nos libró de la muerte.
La palabra de Dios dice en 1 Tesalonicenses 5:18 “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. En Salmo 92:1 PDT dice: “SEÑOR, qué bueno es agradecerte y entonar canciones de alabanza, Dios Altísimo”. En el Salmo 100:4 NTV encontramos “Entren por sus puertas con acción de gracias; vayan a sus atrios con alabanza. Denle gracias y alaben su nombre”. Una persona agradecida hace la voluntad de Dios, porque su voluntad es que demos gracias por todo.
También se nos dice que es bueno agradecer a Dios. Es bueno porque nos introduce a su presencia. La gratitud honra y magnifica a Dios. También dar gracias produce paz en nuestro corazón, al dejar nuestras cargas y peticiones a través de la oración.
La gratitud es un indicador de la verdadera condición de nuestro corazón, y de nuestra condición espiritual. “Ciertamente los justos alabarán tu nombre; Los rectos morarán en tu presencia” (Salmos 140:13). La persona agradecida da evidencia de que tiene un corazón recto, la persona que ha sido justificada sabe que no tiene justicia propia y está agradecida.
Dar gracias en todo es una evidencia de estar llenos del Espíritu Santo. Si nos pusiéramos a buscar en la Biblia, en el Nuevo Testamento nos daríamos cuenta de todas las veces que Jesús agradeció. “En esa misma ocasión, Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: «Oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, gracias por esconder estas cosas de los que se creen sabios e inteligentes y por revelárselas a los que son como niños. Sí, Padre, te agradó hacerlo de esa manera»” (Lucas 10:21 NTV). “Luego Jesús tomó los panes, dio gracias a Dios y los distribuyó entre la gente. Después hizo lo mismo con los pescados. Y todos comieron cuanto quisieron” (Juan 6:11 NTV). “Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído” (Juan 11:41). “Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:17-19).
¿Somos agradecidas como Jesús, cuando nuestro Padre nos escucha? Él estaba agradeciendo aún en ese momento en que se estaba preparando para ir a la cruz a entregar Su vida por la salvación del mundo.
Y también, cuando estemos en el cielo nuestra ocupación será la de dar ¡gracias eternamente! “Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 4:9). “Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado” (Apocalipsis 11:16-17). Cuando damos gracias a Dios, nos unimos a los seres celestiales que adoran sin cesar.
Cuando entendemos lo que Jesús hizo en la cruz por nosotras, nuestra vida comienza a reflejar esa gratitud permanente en adoración y servicio a Él y en consecuencia, a nuestro prójimo.
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