Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve? Por lo cual llamó al pozo: Pozo del Viviente-que-me-ve. He aquí está entre Cades y Bered" (Génesis 16:13-14).
Así lo llamó Agar a Dios. Ella era egipcia, sierva de Sarai (esposa de Abram), la cual huía de su señora por causa de la situación que estaba viviendo.
Sarai descargó su ira contra Agar luego de haberla dado a su esposo para tener un hijo, ya que ella a su criterio, no podía tener. El trato fue tan cruel que provocó que Agar saliera huyendo. Esa ira que surge de nuestras propias fallas, descargando sobre otros, la propia frustración.
En su angustia Agar supo que existía un Dios que la observaba, que conocía las razones de sus problemas y estaba interesado en ella, a tal punto que llamó a aquel pozo: Pozo del Viviente-que-me-ve.
Cuando ella estaba huyendo, se encontraba en el desierto. Probablemente no llevó nada para el camino y en un momento tuvo sed. El Ángel del Señor la halló junto a un pozo de agua: “Y la halló el ángel de Jehová junto a una fuente de agua en el desierto, junto a la fuente que está en el camino de Shur. […] Además le dijo el ángel de Jehová: He aquí que has concebido y darás a luz un hijo y llamarás su nombre Ismael, porque Jehová ha oído tu aflicción" (Génesis 16: 7,11).
Dios se nos revela en las Santas Escrituras con el nombre “El Roí”, que significa: “el Dios que me ve”. El Dios omnipresente, que no solo está en todo lugar, sino que todo lo ve. El Dios omnisciente, que todo lo sabe y conoce. No es un Dios lejano, Él está cerca en cada situación. Cuando nadie nos ve, cuando al parecer, nadie nos comprende y nos han abandonado, Dios está allí.
Eso fue lo que le sucedió a Agar. Ella obedeció la petición de su señora. Luego, Agar no podía mirarla sin despreciarla. Quiso huir de ese lugar, de esa situación. Con un bebé en su vientre, se marchó de prisa.
Cuando creemos que estamos solas en el dolor, allí está Dios. Cuando creemos que nadie nos comprende o nos puede escuchar, allí está presente nuestro Señor, que todo lo escucha, que todo lo ve, quien escudriña el corazón. Dios es siempre “el Dios que me ve”.
Esta verdad podemos leer en el Salmo 139:7-12, nos recuerda a Dios como “El Roí”. Allí, el salmista escribió: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba Y habitaré en el extremo del mar, Aun allí me guiará tu mano, Y me asirá tu diestra. Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; Aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, Y la noche resplandece como el día; Lo mismo te son las tinieblas que la luz”.
Generalmente, los seres humanos dejamos de hacer muchas cosas malas solo por el hecho de que hay otros que nos observan, pero no tomamos en cuenta que toda mala obra es observada por Dios.
Agar se había comportado con rebeldía y se había olvidado que ella era tan solo una esclava, esto la llevó a reaccionar con odio y huir del campamento de Abram. Pero un ángel del Señor le dijo: “Vuélvete a tu señora, y ponte sumisa bajo su mano” (Génesis 16:9), recordándole que era por su pecado que se encontraba en esa situación.
Acá podemos ver claramente, que el mal obrar de otros, no nos habilita para mal obrar también. Sarai desobedeció a Dios. Pero Agar con su mala actitud también.
Dios no aprueba el pecado. Quiere limpiar nuestra maldad y sanar nuestro corazón.
La maldad o pecado de otros, no nos autoriza a pecar. Debemos tener un corazón limpio y puro delante de Dios, quien todo lo ve.
Tal vez las personas no ven nuestros pecados, los podemos ocultar muy bien de ellos, pero no de los ojos de Dios: “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta" (Hebreos 4: 13).
Pecamos sin tener en cuenta que lo hacemos en presencia de Dios, no importa si otros nos ven o no. Dios sí. En todo momento, en todo lugar.
Sin embargo, Dios nos muestra que hay muchos dolores para el que persevera en hacer el mal. Pero el que se acerca a Él, es abrazado, rodeado, cubierto por su gran misericordia: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti. Muchos dolores habrá para el impío; más al que espera en Jehová, le rodea la misericordia” (Salmo 32:8-10).
Dios, que siempre nos ve, conoce todos nuestros sentimientos y pensamientos. Conoce nuestras alegrías, tristezas, desesperación y aflicciones. Y no es indiferente a eso.
No existe ninguna circunstancia de nuestra vida que escape al conocimiento de Dios. Pero tampoco existe ninguna situación que escape a sus cuidados amorosos, salvo el pecado.
Él conoce perfectamente cada una de nuestras necesidades. Esto también lo vemos claramente, en la mujer Samaritana: “Vino una mujer de Samaria a sacar agua…" (Juan 4:7). Tanto Agar como la Samaritana, tuvieron sed y ambas buscaron saciarse del agua de un pozo. Agar llamó el lugar el pozo del Dios viviente. Jesús le ofreció a la Samaritana agua que salta para vida eterna.
Dios se les apareció en sus vidas para ofrecerles la única agua que podía saciar su sed espiritual: “Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna" (Juan 4:13-14). Esa agua limpia, pura, lava nuestros pecados y nos da vida eterna.
Aun cuando pensemos que nadie ve lo que hacemos en lo más íntimo, la verdad es que Dios observa todo lo que sucede en nuestras vidas y ve tanto lo bueno como lo malo que hacemos, sea que lo hagamos en público como en secreto.
Por tal motivo, es importante proceder al arrepentimiento si nuestras vidas se han dedicado al pecado, ya que todo lo malo ha sido visto por Dios y será castigado.
Sin embargo, también dice en su Palabra, que Dios está sentado en las alturas y se humilla a mirar, no solo en el cielo, sino en la tierra (Salmo 113:5-6). El Dios que es grande en misericordia, mira nuestro mundo con sumo interés para extender su gran misericordia.
“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:7).
Confiemos en Él, corramos a sus brazos de amor y rindamos nuestra vida por completo al Dios que nos ve.
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