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Orar es depender


La oración es vital en nuestra vida espiritual. Orar es tener comunión con nuestro Padre celestial, es la manera de dirigirnos a Él, en reverencia, en humildad, en adoración; exaltando su nombre, rindiéndonos para hacer su voluntad. Un auto no funcionaría sin combustible. Un cristiano no puede avanzar si no tiene una vida de oración.

Algo característico que tenemos como hijas de Dios con respecto al resto del mundo, que va más allá de la conducta, es que somos portadoras de su presencia. Esto solo es posible, en los hijos de Dios. En su inmenso amor y perfecta voluntad, Dios no habita en templos hechos de mano, sino en nuestro corazón. “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas” (Hechos 17:24). Somos templo de su Espíritu.

Un templo es un lugar sagrado, de comunión, de adoración. Eso nos hace distintas. La oración nos lleva a esa dependencia de Dios, a consagrarnos a Él. Nada podemos hacer sin Él, nuestra vida depende de Él, no a medias, sino totalmente. Todo lo que hacemos, lo hacemos por Él y para Él. Por eso es importante buscar su guía a través de la oración, es así que le presentamos nuestras necesidades y le expresamos nuestra gratitud.

No orar todos los días, es como decir a Dios: "Hoy no te necesito, puedo sola". Y se vivirá con afán, con enojos, con malhumor, con cargas pesadas, desanimadas, quejosas, perezosas, sin pasión o entusiasmo por seguir a Dios. En constantes rencillas familiares, matrimonios conflictivos, adulterios, rebeldía. Todo esto es por no depender de Dios. Cuando oramos nos alejamos del pecado, pero si dejamos de orar, el pecado avanzará.

 Jesús enseñó a sus discípulos

Jesús enseñó a sus discípulos cómo se debe orar. “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:9-15). Comienza diciendo “Padre nuestro”. Debemos entender que Dios atiende la oración de los que son sus hijos. Sus hijos reverencian su nombre, buscan hacer su voluntad y se rinden en adoración por medio de la oración. Como hijas de Dios podemos, en libertad, acercarnos al Señor en oración.

Esto no solo se limita a nuestro tiempo a solas con el Señor, sino a estar en constante oración. En nuestro corazón estamos en comunión permanente con el Señor, teniéndolo presente en todo momento. “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Eso es poner las 24 horas de nuestro día, a los pies de Dios.

La oración es una necesidad

Jesús también les refirió una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar. Puso el ejemplo de un Juez que no temía a Dios, ni respetaba a hombres. Y había también una viuda, a la cual un hombre le estaba haciendo daño. Esta mujer, le pide ayuda al juez para que le haga justicia en la corte delante de su adversario; pero el juez se negaba a escucharla. Mas la viuda insistió tanto ante el juez que este le hizo justicia, simplemente para que ya no lo molestara más. (Lucas 18:1-8). Si este Juez, con motivaciones equivocadas benefició a esta mujer viuda, ¿cuánto más no hará nuestro amoroso Padre a quienes claman a Él? Jesús tenía una profunda vida de oración. Él pasaba largas horas buscando la guía de su Padre, de madrugada, de noche, orando en todo tiempo. Jesús vivía en dependencia del Padre.

La oración nos ayuda a estar firmes, nos ayuda a no caer en tentación. La oración nos ayuda a encontrar el propósito de Dios. Cuando oramos la Palabra de Dios, el enemigo huye, los temores se disipan, el desánimo se va, nuestro ser interior se fortalece en el poder de Dios.

Cómo debemos orar

Debemos hacerlo siempre, en todo tiempo. “Buscad a Jehová y su poder; buscad siempre su rostro” (Salmo 105:4).

Cuando oramos, debemos hacerlo con manos santas: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda” (1 Timoteo 2: 8). Esto quiere decir con un corazón limpio para que Dios nos oiga.

Debemos orar con fe. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Debemos orar en el poder del Espíritu Santo: “Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (Romanos 8: 26). Debemos ir al lugar secreto “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6). Convirtamos todos nuestros afanes, ansiedades y preocupaciones en oración. Si estás débil en esa área, estarás débil en todas las demás. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). Derramemos nuestro corazón afligido en oración, como lo hizo Ana, la mamá de Samuel: “ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente” (1 Samuel 1:10).

Si oramos confiando en Dios, Él nos promete: “… pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7b). La primera parte de ese versículo dice “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros…”. Para que sea hecho todo lo que queremos, primero debemos permanecer en su Palabra. Y continúa “… pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7). Y así, nuestro deseo y anhelo, será hacer su voluntad y Dios nos lo concederá.

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