
Desde el principio Dios ha dejado en claro que solo existe un camino para llegar a Él. Pero como tenemos la facultad de escoger, se presentan dos opciones: obedecer o desobedecer.
En el Señor no hay términos medios: está el camino de vida o el camino de muerte, la verdad o la mentira, la luz o las tinieblas, el pecado o la santidad. No hay grises para Dios. No hay un camino intermedio. O es blanco o es negro.
Muchas veces esta realidad es ignorada, rechazada y menospreciada por el ser humano; cayendo en el engaño que no tiene importancia alguna considerarlas, ya que no habrá ninguna consecuencia. Pero su hermosa Palabra manifiesta sin tapujos, con muchos ejemplos, que estamos ante estas dos situaciones. Nos advierte de la desgracia de escoger lo malo y nos anima a escoger lo bueno.
En Isaías 6:3 haciendo referencia a los serafines adorando a Dios: “Ellos se decían el uno al otro: Santo, santo, santo es el Señor Todopoderoso. Su gloria llena toda la tierra”. Dios es por naturaleza Santo y esto señala la perfección de Dios, a su majestad, a su justicia y oposición a todo pecado. No es solo Santo, es tres veces Santo. La correcta perspectiva de la santidad de Dios produce en nosotros una conciencia de pecado. Esto fue lo que le sucedió a Isaías y fue limpio cuando reconoció quién era Dios y quién era él, un hombre pecador.
Dios anhela que su pueblo sea santo; no se trata de una santidad propia, sino derivada precisamente de Dios que llevará al creyente a separarse o apartarse de todas las cosas y prácticas que no tienen el sello de la naturaleza y aprobación de Dios. “Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación… pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:3a,7).
Entre más conocemos la pureza de Dios, más despreciamos y nos alejamos de nuestro pecado mediante el arrepentimiento. No debemos conformarnos con vidas que siguen practicando el pecado, sino con vidas santificadas en las que resplandece más la gracia de Dios que la bajeza de nuestra maldad; porque para el Señor, si no es santo, es pecado.
Luz o tinieblas
“Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas” (1 Tesalonicenses 5:5). Cuando hablamos de tinieblas, hablamos de oscuridad; sin luz andamos desorientadas, ciegas, a tientas y tropezando con lo que no se puede ver.
La Palabra de Dios también dice al respecto “Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:12-13). Jesús nos rescató, nos libró de la potestad de las tinieblas, del reino de la oscuridad. Fuimos libradas del reino de Satanás y llevadas al de Cristo. No hay un punto medio. No podemos elegir vivir en “nuestro reino” y hacer lo que nos plazca. La Palabra revela claramente que se camina en Cristo o con Satanás. En luz o en tinieblas. En obediencia a Dios o en desobediencia a Dios.
“Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz” (Efesios 5:8). Como hijos de la luz caminamos sabiendo por dónde vamos y hacia dónde nos dirigimos. Somos conscientes del plan divino, y vivimos conforme al Señor de las luces. En la luz hay integridad, rectitud y obediencia. Es por ello que a través de nuestras obras se manifiesta su luz, porque las tinieblas son símbolo de pecado, engaño, malas obras.
Es así, que nuestras vidas deben alumbrar en la oscuridad. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).
¿Pero de donde proviene nuestra luz? No es una luz propia, sino es el resultado de estar en la verdadera fuente de luz. “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Juan 1:9). La Palabra de Dios nos declara que Jesús es la luz verdadera, que al venir a este mundo nos alumbró para que así, ya no vivamos más en oscuridad y podamos alumbrar a otros con el único propósito que el Padre sea glorificado. Todo aquel que no tiene a Cristo permanece en tinieblas.
Libertad o esclavitud
Las personas creen que gozan de una libertad plena y consideran que los mandatos de Dios los esclaviza a vivir una vida de meras prohibiciones y que por ello no pueden hacer lo que quieren, pero si analizamos la supuesta libertad que dicen disfrutar, nos damos cuenta de que son esclavos de aquello que les gusta hacer. “Jesús contestó: Les digo la verdad, todo el que comete pecado es esclavo del pecado” (Juan.8:34 NTV). El Señor llamó a esa supuesta “libertad”, esclavitud, dejando en manifiesto que, cada vez que cedemos a nuestros deseos pecaminosos, nos comportamos como esclavos en vez de vivir como hijos libres en Dios. “Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes son verdaderamente libres” (Juan 8:36 NTV).
Jesús al morir en la cruz del calvario nos liberó de la esclavitud del pecado. Esa es la verdadera libertad que nos trajo Cristo, cuando depositamos nuestra confianza en su sacrificio. Podemos obedecer a Dios y ya no a nosotros mismos; porque para el Señor vivimos en libertad. Fuera de Cristo se vive en esclavitud.
Espíritu o carne
“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gálatas 5:16). La Escritura nos deja en claro que si no caminamos en el Espíritu, entonces indefectiblemente estaremos caminando en la carne. ¿Pero qué significa esto en nuestro diario vivir? Anteriormente hemos desarrollado que al estar en Cristo, gozamos de plena libertad y a partir de allí nuestros deseos personales cambian por los deseos de hacer lo que a nuestro Padre le agrada. Andar en el Espíritu, significa caminar con Dios, siendo guiadas por Él. De esa manera se podrá vencer los deseos de la carne. “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne” (2 Corintios 10:3).
Es verdad que vivimos en este mundo, pero no actuamos según los pensamientos del mundo. La característica básica de la carne es que no es sumisa, no quiere someterse a la absoluta autoridad de Dios. Pablo no considera maligno al cuerpo en sí mismo, pero sí, los deseos que el mismo conlleva. “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:24). Por lo tanto, los creyentes ya no se dejan llevar por sus anhelos egoístas, sino que día tras día los hacen morir y es allí que el Espíritu hará el milagro de renovación en nuestra vida; porque para el Señor andamos en el Espíritu o en la carne.
Verdad o mentira
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan. 17:3). La verdad es uno de los atributos personales de Dios, todo lo verdadero procede de Dios, de su naturaleza y así mismo, su Hijo y su Palabra son verdad. No así, el enemigo de nuestras almas, el cual no ha permanecido en la verdad “El padre de ustedes es el diablo, y ustedes tratan de hacer lo que él quiere. El diablo siempre ha sido un asesino y un gran mentiroso. Todo lo que dice son sólo mentiras, y hace que las personas mientan” (Juan. 8:44 TLA). Jesús deja en evidencia que el padre de mentiras es el diablo, su esencia es la mentira porque no hay verdad en él, no sólo induce a las personas a mentir, sino que las tiene bajo engaño, convirtiéndolas en sus hijos.
En Juan 14:6 Jesús dijo: “Yo soy… la verdad…”, y el Salmo 119:60a nos dice: “La suma de tu palabra es verdad…”, con lo cual podemos afirmar que todo lo que sea contrario a Dios, a Cristo y a su Palabra, es mentira. “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros” (Efesios 4:25). Es nuestro deber, mantenernos siempre en la verdad de su Santa Palabra que nos revela la voluntad de Dios y que nos evitará caer en los engaños de este siglo. Porque para el Señor andamos en verdad o en mentira.
Vida o muerte
“Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal” (Deuteronomio 30:15). No hay opciones intermedias: es vida o muerte; es el bien o el mal.
Si tenemos a Cristo, tenemos vida. 1 Juan 5:12 dice “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Si no tenemos a Cristo, estamos en muerte. "Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23).
Si hoy realizáramos una encuesta acerca de qué es lo que prefieren las personas, seguramente la gran mayoría respondería, sin dudar: la vida. Pero desconocen que la única fuente de vida está en Cristo y extiende su amor a toda criatura para que puedan tener vida en Él. “... yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10b). Esa vida plena comenzamos a disfrutarla aquí, viviendo en su voluntad y luego en la eternidad.
"En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4). Claramente hay una decisión que nos manda a tomar y en su infinito amor y misericordia nos revela cuál es la que nos conviene. “Si obedeces los mandamientos del Señor tu Dios que te ordeno hoy, amas al Señor tu Dios, vives como él manda y obedeces sus mandamientos, normas y leyes, entonces vivirás…" (Deuteronomio 30:16).
Cielo o infierno
“No teman a los que quieren matarles el cuerpo; no pueden tocar el alma. Teman sólo a Dios, quien puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28 NTV). Desde antaño el diablo disfruta con hacer creer a las personas que pueden vivir como deseen, sin consecuencias, anhelando ir al cielo al final de sus vidas pero viviendo dándole la espalda a Dios y a sus mandatos. Jesús habla claramente diciendo que el infierno es un lugar real, y es el terrible destino de las almas que por voluntad propia lo han rechazado. "Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 13:41-42).
Podríamos citar muchos pasajes más donde nos hablan del destino de aquellos que no se arrepienten de sus pecados y rechazan al Salvador demostrando así que, lejos de ser un mito o leyenda, el infierno es real. Y está la hermosa realidad para aquellos que ponen su confianza en Jesús, para quienes se arrepienten y le siguen. “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad” (Apocalipsis 22:14).
Dios es amor, misericordioso pero es justo y su justicia fue satisfecha en Cristo, el cual fue enviado por el Padre precisamente para que no vayamos a ese lugar de tormento eterno: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Existen muchas más enseñanzas citadas en la Palabra, que nos muestran claramente que para el Señor no hay intermedios y la decisión está en nuestras manos.
Comentarios
Publicar un comentario