Qué siervo fiel encontramos en Epafrodito, el apóstol
Pablo da testimonio de él diciendo: “porque
por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para
suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí” (Filipenses 2:30). Él
ofrecía su vida al servicio del Señor como un perfume que subía a su presencia,
sacrificaba aun su salud, tenía un corazón de siervo, completamente rendido,
agradando a Dios. Y esto lo demostraba de diversas maneras, pero siempre
sirviendo a los santos y entre ellos al apóstol Pablo que se encontraba en
prisión por causa de la predicación del evangelio y de Jesucristo “…por amor del cual lo he perdido todo y lo
tengo por basura, para ganar a Cristo…”; algo distintivo de los siervos de
Dios. Cuántos ofrendaron sus vidas al servicio del Señor, algunos conocemos por
sus historias, pero de muchos otros, no.
Un ejemplo que nos anima
Así como el apóstol Pablo se entregó por completo a Cristo, nos anima a
ver toda nuestra vida cristiana como un acto de adoración, de entrega total. Romanos
12:1 dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,
que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios,
que es vuestro culto racional”. No es sólo lo que se hace dentro una
iglesia lo que “rinde honor” a Dios, sino lo que Dios y el mundo ven en nosotras
día tras día.
Dios en su inmensa bondad nos ha dotado con diferentes
dones y talentos preciosos para ofrendarlos a Él (tanto material como
espiritual), poniéndolos a su servicio y al de nuestros hermanos. Son regalos
inmerecidos.
Efesios 4:8 nos
dice respecto a lo que Cristo nos otorgó: “…Subiendo
a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres.” Al servirlo
con lo que Él nos ha capacitado reconocemos que Él es el dueño de todo, y
nosotros, administradores y mayordomos. Adoramos a Dios al hacerlo y
participamos en la obra de Dios. Y de esta manera se nos alienta a buscarlos: “Así también vosotros; pues que anheláis
dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia” (1
Corintios 14:12). ¡Qué maravilloso es esto! Que tengamos el alto
honor de trabajar para la iglesia del Señor, por la que Él ofrendó su vida y derramó
su sangre para redimirnos.
Filipenses, que es llamada "la epístola del gozo",
es enviada a una Iglesia que se caracterizó por su obediencia, su padecimiento; pero además dijo Pablo: por “participar conmigo
en mi tribulación”. ¡Qué precioso ejemplo de servicio y compañerismo en
medio de la aflicción! El apóstol añadió más: “Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al principio de la
predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó
conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos…” (Filipenses 4:15).
¡Con cuánto amor se dirige el apóstol a estos preciosos hermanos! Qué
importante es ser agradecidos con los siervos de Dios, con nuestros pastores,
ellos ofrendan su vida al servicio del Señor y de su Iglesia. “El que es enseñado en la palabra, haga
partícipe de toda cosa buena al que lo instruye” (Gálatas 6:6). Porque “ellos se han dedicado al servicio de los
santos. Os ruego que os sujetéis a personas como ellos…” (1 Corintios 16:15-16).
Para Dios ellos son muy
especiales, no por ser personas “diferentes”, sino por la autoridad que delegó
en sus siervos, por la tarea que Él mismo les encomendó.
Un siervo malo
Lo que se nos relata en este pasaje es algo muy
diferente. Nos habla de un siervo malo y negligente. Mateo 25:24-25 dice “Pero llegando también el que había
recibido un talento, dijo: Señor, te conozco que eres hombre duro, que siegas
donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui
y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo que es tuyo”. ¿Cómo podía
decir eso de quien había sido tan cuidadoso en no darle más de lo que él podía
administrar? En su amor no lo sobrecargó, le dio conforme a su capacidad, ¡él
podía! Dios ya lo había capacitado para ello. No valoró que se le había
considerado digno de multiplicar lo que se le había confiado y perdió todo. Fue
reprobado y desechado. ¡Él nunca conoció a su amoroso amo! ¿Cuántos dones
tienes? ¿Sólo uno? No lo escondas, ¡multiplícalo!
Un Amo bueno
En Éxodo 21:5 vemos a un esclavo que pudiendo elegir quedar libre opta por quedarse con su amo diciendo: “Yo amo a mi señor…”. Él sería su esclavo (siervo) para siempre. El amor que este le dispensó conquistó su corazón y quiso permanecer con él hasta la muerte. ¿Podemos ver en esta actitud reflejada nuestra vida? ¿Realmente hemos experimentado cuán bueno es Dios y cuánto bien nos ha hecho? ¡Cuánto nos ha amado! “Él es quien perdona todas nuestras iniquidades” y “…nos corona de favores y misericordias” (Salmo 103). ¿Respondemos en consecuencia a todo el bien recibido?
En el evangelio de Juan
6 leemos acerca de la alimentación a cinco mil personas ¡con solo cinco
panes y dos peces! V8-9 “Uno de sus
discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un muchacho, que
tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tanta
gente?”. No es lo mucho que podamos tener, aun lo poco ofrecido en servicio
fiel al Señor hace que Él sea glorificado. Este joven ofreció lo que Dios le
había provisto. Podía haberlo guardado para él, porque él también tenía hambre; o esconderlos como en la parábola de los talentos. Pero Dios le había dado lo
necesario para que Jesús obrara tan grande milagro. ¡Y él dispuso su corazón
para esta ofrenda, de lo poco que tenía!
Esto nos muestra que, aunque estemos en necesidad, podemos
de igual manera compartir lo que nos ha sido entregado. ¿Tenemos dones? ¡Sí! Y
no por habilidad humana, sino por quien es Dios, que reparte como Él quiere y
para SU gloria. “Porque ya conocéis la
gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros, se hizo pobre, siendo
rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). Ofrezcamos desinteresadamente lo que
hemos recibido (Mateo 10:8b). Este
es el mandato de Jesús: “de gracia
recibisteis, dad de gracia”. Es que cuando comprendemos que nada es nuestro,
que “más bienaventurado es dar que
recibir”; no nos cuesta dar. No hay mayor gozo que servir al Señor y a
nuestro prójimo.
Vidas entregadas
El Señor no dejó solos a sus discípulos que le habían servido a Él y a una gran multitud. En el momento de la tempestad (Mateo 14:22-33), Él mismo acudió a rescatarlos. Se reveló maravillosamente a sus vidas, caminando sobre las aguas. “…y le adoraron diciendo: ´Verdaderamente eres Hijo de Dios´”. Él usará todos sus recursos para librarnos del mal. Sus discípulos conocieron que Jesús es el Hijo de Dios. Pedro tuvo la más gloriosa experiencia de caminar sobre las aguas para ir al encuentro de su Señor, supo que al mirarlo a Él vencería cualquier viento contrario; todos sus miedos y temores. De tal manera que luego ofrendaría su vida por su Maestro, pidiendo ser crucificado cabeza abajo porque no se consideraba digno de ser crucificado como su amado Salvador.
El apóstol Pablo nos dice lo siguiente en 1 Corintios 12:31 “Procurad los dones
mejores. Mas yo os muestro un camino aún más excelente”. Continúa ampliando
este concepto en el capítulo 13:1y2 “Si
yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal
que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos
los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que
trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy”. Nos deja muy en claro
que, lo único que debe impulsarnos a servir al Señor con nuestros dones y
talentos, debe ser el amor.
Debemos hacerlo con motivaciones puras, sin buscar
nuestra propia gloria, tal y como lo hizo Jesús que buscó siempre dar gloria al
Padre y pudo decir: “Gloria de los
hombres no recibo” (Juan 5:41). Así también lo hicieron sus apóstoles: “ni buscamos gloria de los hombres; ni de
otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo” (1 Tesalonicenses
2:6). ¡Todo debe darle la gloria solo a Dios! De lo contrario será solo “madera, heno, y hojarasca”.
Miremos la ofrenda
de la viuda pobre que echó todo lo que tenía en el arca de las ofrendas (Marcos 12:41-44). Nadie más lo sabía,
pero Jesús sí, Él posó sus ojos en ella y alabó esta humildad y desprendida
actitud. V44 “…De cierto os digo que
esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos
han echado de lo que les sobra; pero esta, de su pobreza echó todo lo que
tenía, todo su sustento”. Tuvo el más importante reconocimiento: el de Dios
aquí en la tierra. Aunque ella no lo sabía, su devoción a Dios conmovió el
corazón de Jesús. Estas historias reales, veraces, nos enseñan que hay hechos
que parecen fortuitos, pero que en realidad son preparados por Dios mismo para
que sus obras admirables manifiesten su poder y su gloria.
No podemos olvidar a estas mujeres piadosas que en la Iglesia
primitiva ofrendaron sus vidas para servir al Señor y que Pablo hace especial
mención de cada una de ellas: “Os
recomiendo a nuestra hermana Febe; la cual es diaconisa de la iglesia en
Cencrea; que la recibáis como es digno de los santos, y que la ayudéis en
cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos y a
mí mismo” (Romanos 16:1-2). Sabemos que el apóstol no recomendaría a
cualquiera, él elogia su fe y compromiso inquebrantable con la Iglesia ya que
él mismo puede dar testimonio de eso en su propia vida.
También dice en el
V6: “Saludad a María, la cual ha trabajado
mucho entre vosotros”. También en el V12
“Saludad a Trifena y a Trifosa, las cuales trabajan en el Señor. Saludad a la
amada Pérsida, la cual ha trabajado mucho en el Señor”. Y estas son solo
algunas. Ellas no sabían que sus nombres y su servicio quedarían registrados
para siempre en la Palabra de Dios. Simplemente sirvieron a quien tanto amaron;
a nuestro Señor y Salvador Jesucristo y a su amada Iglesia. ¡Cuánto servicio
abnegado para imitar!
Dios todo lo ve
Nada de lo que
hacemos pasa desapercibido para nuestro amado Dios. Colosenses 3:23 y 24 “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como
para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la
recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.
Que hermoso será escuchar en aquel glorioso día: “Su señor le dijo: Bien, buen siervo y
fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu
señor” (Mateo 25:21). ¿Habrá
acaso palabras más dulces que estas, que nuestros oídos puedan escuchar? Al
comisionar a sus discípulos para predicar el evangelio, les dio esta orden: “…Sanad enfermos, limpiad leprosos,
resucitad muertos, echad fuera demonios…”
En Mateo 25:35
Jesús dice lo siguiente: “Porque tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero,
y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis;
en la cárcel, y vinisteis a mí”. Saber que lo que hacemos por nuestros
semejantes, darles vestido, alimento, visitar a los enfermos; el Señor lo
recibe como un acto de amor hacia Él mismo y Él lo recompensa de la mejor
manera. Así: “Entonces el Rey dirá a los
de su derecha: Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34). Escuchar: “¡Benditos de
mi Padre!”… ¡Qué recompensa más grande, qué privilegio indescriptible! Toda
la enseñanza de la Biblia se basa en estos dos mandamientos “… Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande
mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”
(Mateo 22:37-39).
Hoy no tenemos un vaso de alabastro con perfume de nardo puro como esa anónima mujer de la que nos habla Juan 12:3, pero tenemos vasos de barro, nuestras vidas que podemos derramar como ese costoso perfume como un aroma grato, un sacrificio acepto que suba a su presencia. Aquel perfume derramado no fue “un desperdicio”; ¡tampoco lo serán nuestras vidas derramadas!
Vidas rendidas
Dios nos dio un gran valor, Jesús derramó su sangre, su
vida para apartarnos para Dios. Romanos
6:13b TLA dice “entréguense a Dios, y hagan lo que a él le agrada”. Él nos
santificó y somos perfectos para Dios en ese sacrificio… “con una sola ofrenda hizo perfectos para
siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Jesús ofrendó
su vida, pura, inocente, también nosotras debemos hacerlo. Una ofrenda de
adoración a sus pies. Vidas rendidas. Vidas que le sirvan con amor, como
Epafrodito, como sus discípulos, apóstoles y como quienes nos dice Apocalipsis 12 “menospreciaron sus vidas
hasta la muerte”; por amor a Jesús, quien dijo: “…yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que
yo de mí mismo la pongo”.
¿Hay acaso mayor muestra de amor que esta ofrenda que no
tiene comparación alguna con ninguna otra? ¿Mayor muestra de obediencia y amor
al Padre? Dejó la gloria del cielo para darnos salvación, y nosotras ¿estamos
dispuestas a dejar las cosas terrenales y pasajeras de este mundo para ir en
pos de su llamado? ¡Jesús es el ejemplo supremo que debemos imitar! ¡Aprovechemos
al máximo cada oportunidad que tengamos para servirle y que nuestras vidas sean
agradables a Dios!
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