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Vidas agradables a Dios


 “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Filipenses 4:18).

Qué siervo fiel encontramos en Epafrodito, el apóstol Pablo da testimonio de él diciendo: “porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí” (Filipenses 2:30). Él ofrecía su vida al servicio del Señor como un perfume que subía a su presencia, sacrificaba aun su salud, tenía un corazón de siervo, completamente rendido, agradando a Dios. Y esto lo demostraba de diversas maneras, pero siempre sirviendo a los santos y entre ellos al apóstol Pablo que se encontraba en prisión por causa de la predicación del evangelio y de Jesucristo “…por amor del cual lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo…”; algo distintivo de los siervos de Dios. Cuántos ofrendaron sus vidas al servicio del Señor, algunos conocemos por sus historias, pero de muchos otros, no.  

Un ejemplo que nos anima

Así como el apóstol Pablo se entregó por completo a Cristo, nos anima a ver toda nuestra vida cristiana como un acto de adoración, de entrega total. Romanos 12:1 dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. No es sólo lo que se hace dentro una iglesia lo que “rinde honor” a Dios, sino lo que Dios y el mundo ven en nosotras día tras día.

Dios en su inmensa bondad nos ha dotado con diferentes dones y talentos preciosos para ofrendarlos a Él (tanto material como espiritual), poniéndolos a su servicio y al de nuestros hermanos. Son regalos inmerecidos.

Efesios 4:8 nos dice respecto a lo que Cristo nos otorgó: “…Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres.” Al servirlo con lo que Él nos ha capacitado reconocemos que Él es el dueño de todo, y nosotros, administradores y mayordomos. Adoramos a Dios al hacerlo y participamos en la obra de Dios. Y de esta manera se nos alienta a buscarlos: “Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia” (1 Corintios 14:12). ¡Qué maravilloso es esto! Que tengamos el alto honor de trabajar para la iglesia del Señor, por la que Él ofrendó su vida y derramó su sangre para redimirnos.

Filipenses, que es llamada "la epístola del gozo", es enviada a una Iglesia que se caracterizó por su obediencia, su padecimiento; pero además dijo Pablo: por “participar conmigo en mi tribulación”. ¡Qué precioso ejemplo de servicio y compañerismo en medio de la aflicción! El apóstol añadió más: “Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al principio de la predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos…” (Filipenses 4:15). ¡Con cuánto amor se dirige el apóstol a estos preciosos hermanos! Qué importante es ser agradecidos con los siervos de Dios, con nuestros pastores, ellos ofrendan su vida al servicio del Señor y de su Iglesia. “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye” (Gálatas 6:6). Porque “ellos se han dedicado al servicio de los santos. Os ruego que os sujetéis a personas como ellos…” (1 Corintios 16:15-16). Para Dios ellos son muy especiales, no por ser personas “diferentes”, sino por la autoridad que delegó en sus siervos, por la tarea que Él mismo les encomendó.

Un siervo malo

Lo que se nos relata en este pasaje es algo muy diferente. Nos habla de un siervo malo y negligente. Mateo 25:24-25 dice “Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conozco que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo que es tuyo”. ¿Cómo podía decir eso de quien había sido tan cuidadoso en no darle más de lo que él podía administrar? En su amor no lo sobrecargó, le dio conforme a su capacidad, ¡él podía! Dios ya lo había capacitado para ello. No valoró que se le había considerado digno de multiplicar lo que se le había confiado y perdió todo. Fue reprobado y desechado. ¡Él nunca conoció a su amoroso amo! ¿Cuántos dones tienes? ¿Sólo uno? No lo escondas, ¡multiplícalo!

Un Amo bueno

En Éxodo 21:5 vemos a un esclavo que pudiendo elegir quedar libre opta por quedarse con su amo diciendo: “Yo amo a mi señor…”. Él sería su esclavo (siervo) para siempre. El amor que este le dispensó conquistó su corazón y quiso permanecer con él hasta la muerte. ¿Podemos ver en esta actitud reflejada nuestra vida? ¿Realmente hemos experimentado cuán bueno es Dios y cuánto bien nos ha hecho? ¡Cuánto nos ha amado! “Él es quien perdona todas nuestras iniquidades” y “…nos corona de favores y misericordias” (Salmo 103). ¿Respondemos en consecuencia a todo el bien recibido?

En el evangelio de Juan 6 leemos acerca de la alimentación a cinco mil personas ¡con solo cinco panes y dos peces! V8-9 “Uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tanta gente?”. No es lo mucho que podamos tener, aun lo poco ofrecido en servicio fiel al Señor hace que Él sea glorificado. Este joven ofreció lo que Dios le había provisto. Podía haberlo guardado para él, porque él también tenía hambre; o esconderlos como en la parábola de los talentos. Pero Dios le había dado lo necesario para que Jesús obrara tan grande milagro. ¡Y él dispuso su corazón para esta ofrenda, de lo poco que tenía!

Esto nos muestra que, aunque estemos en necesidad, podemos de igual manera compartir lo que nos ha sido entregado. ¿Tenemos dones? ¡Sí! Y no por habilidad humana, sino por quien es Dios, que reparte como Él quiere y para SU gloria. “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros, se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9). Ofrezcamos desinteresadamente lo que hemos recibido (Mateo 10:8b). Este es el mandato de Jesús: “de gracia recibisteis, dad de gracia”. Es que cuando comprendemos que nada es nuestro, que “más bienaventurado es dar que recibir”; no nos cuesta dar. No hay mayor gozo que servir al Señor y a nuestro prójimo.

Vidas entregadas

El Señor no dejó solos a sus discípulos que le habían servido a Él y a una gran multitud. En el momento de la tempestad (Mateo 14:22-33), Él mismo acudió a rescatarlos. Se reveló maravillosamente a sus vidas, caminando sobre las aguas. “…y le adoraron diciendo: ´Verdaderamente eres Hijo de Dios´”. Él usará todos sus recursos para librarnos del mal. Sus discípulos conocieron que Jesús es el Hijo de Dios. Pedro tuvo la más gloriosa experiencia de caminar sobre las aguas para ir al encuentro de su Señor, supo que al mirarlo a Él vencería cualquier viento contrario; todos sus miedos y temores. De tal manera que luego ofrendaría su vida por su Maestro, pidiendo ser crucificado cabeza abajo porque no se consideraba digno de ser crucificado como su amado Salvador.

El apóstol Pablo nos dice lo siguiente en 1 Corintios 12:31 “Procurad los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aún más excelente”. Continúa ampliando este concepto en el capítulo 13:1y2 “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy”. Nos deja muy en claro que, lo único que debe impulsarnos a servir al Señor con nuestros dones y talentos, debe ser el amor.

Debemos hacerlo con motivaciones puras, sin buscar nuestra propia gloria, tal y como lo hizo Jesús que buscó siempre dar gloria al Padre y pudo decir: “Gloria de los hombres no recibo” (Juan 5:41). Así también lo hicieron sus apóstoles: “ni buscamos gloria de los hombres; ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo” (1 Tesalonicenses 2:6). ¡Todo debe darle la gloria solo a Dios! De lo contrario será solo “madera, heno, y hojarasca”.

 Miremos la ofrenda de la viuda pobre que echó todo lo que tenía en el arca de las ofrendas (Marcos 12:41-44). Nadie más lo sabía, pero Jesús sí, Él posó sus ojos en ella y alabó esta humildad y desprendida actitud. V44 “…De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero esta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”. Tuvo el más importante reconocimiento: el de Dios aquí en la tierra. Aunque ella no lo sabía, su devoción a Dios conmovió el corazón de Jesús. Estas historias reales, veraces, nos enseñan que hay hechos que parecen fortuitos, pero que en realidad son preparados por Dios mismo para que sus obras admirables manifiesten su poder y su gloria.

No podemos olvidar a estas mujeres piadosas que en la Iglesia primitiva ofrendaron sus vidas para servir al Señor y que Pablo hace especial mención de cada una de ellas: “Os recomiendo a nuestra hermana Febe; la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea; que la recibáis como es digno de los santos, y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos y a mí mismo” (Romanos 16:1-2). Sabemos que el apóstol no recomendaría a cualquiera, él elogia su fe y compromiso inquebrantable con la Iglesia ya que él mismo puede dar testimonio de eso en su propia vida.

 También dice en el V6: “Saludad a María, la cual ha trabajado mucho entre vosotros”. También en el V12 “Saludad a Trifena y a Trifosa, las cuales trabajan en el Señor. Saludad a la amada Pérsida, la cual ha trabajado mucho en el Señor”. Y estas son solo algunas. Ellas no sabían que sus nombres y su servicio quedarían registrados para siempre en la Palabra de Dios. Simplemente sirvieron a quien tanto amaron; a nuestro Señor y Salvador Jesucristo y a su amada Iglesia. ¡Cuánto servicio abnegado para imitar!

Dios todo lo ve

 Nada de lo que hacemos pasa desapercibido para nuestro amado Dios. Colosenses 3:23 y 24 “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.

Que hermoso será escuchar en aquel glorioso día: “Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21). ¿Habrá acaso palabras más dulces que estas, que nuestros oídos puedan escuchar? Al comisionar a sus discípulos para predicar el evangelio, les dio esta orden: “…Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios…”

En Mateo 25:35 Jesús dice lo siguiente: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. Saber que lo que hacemos por nuestros semejantes, darles vestido, alimento, visitar a los enfermos; el Señor lo recibe como un acto de amor hacia Él mismo y Él lo recompensa de la mejor manera. Así: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34). Escuchar: ¡Benditos de mi Padre!”… ¡Qué recompensa más grande, qué privilegio indescriptible! Toda la enseñanza de la Biblia se basa en estos dos mandamientos … Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).

Hoy no tenemos un vaso de alabastro con perfume de nardo puro como esa anónima mujer de la que nos habla Juan 12:3, pero tenemos vasos de barro, nuestras vidas que podemos derramar como ese costoso perfume como un aroma grato, un sacrificio acepto que suba a su presencia. Aquel perfume derramado no fue “un desperdicio”; ¡tampoco lo serán nuestras vidas derramadas!

Vidas rendidas

Dios nos dio un gran valor, Jesús derramó su sangre, su vida para apartarnos para Dios. Romanos 6:13b TLA dice entréguense a Dios, y hagan lo que a él le agrada. Él nos santificó y somos perfectos para Dios en ese sacrificio“con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14). Jesús ofrendó su vida, pura, inocente, también nosotras debemos hacerlo. Una ofrenda de adoración a sus pies. Vidas rendidas. Vidas que le sirvan con amor, como Epafrodito, como sus discípulos, apóstoles y como quienes nos dice Apocalipsis 12 “menospreciaron sus vidas hasta la muerte”; por amor a Jesús, quien dijo: “…yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo”.

¿Hay acaso mayor muestra de amor que esta ofrenda que no tiene comparación alguna con ninguna otra? ¿Mayor muestra de obediencia y amor al Padre? Dejó la gloria del cielo para darnos salvación, y nosotras ¿estamos dispuestas a dejar las cosas terrenales y pasajeras de este mundo para ir en pos de su llamado? ¡Jesús es el ejemplo supremo que debemos imitar! ¡Aprovechemos al máximo cada oportunidad que tengamos para servirle y que nuestras vidas sean agradables a Dios!

 

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